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    Club de lectura: "Desde el otro lado"

    INTERMEDIO
    Ecos 14/2020
    Nadia kehrt nach der Arbeit in ihre Wohnung zurück
    © Marjot / iStock
    Von Virginia Azañedo

    Me encontré una ene en el el felpudoFußmattefelpudo. Una letra pequeña, blanca, de plástico. Una ene perfecta… ¡Qué buen comienzo para un libro! Pensé. Abrí la puerta. Una bofetada de realidad me saludó y acabó en el acto con mis pensamientos literarios. Me quedé parada en la entrada, la casa olía a cerrado, las camas estaban sin hacer, la cocina con los platos del desayuno sin recoger… Decidí no entrar en los baños, ¿para que? Ya sabía lo que iba a encontrar. Me dirigí a la cocina para tomar un café. Marcos compró una estupenda máquina de café antes de largarseabhauenlargarse con la la rubia oxigenadadie Wasserstoffblonderubia oxigenada; “es solo una amiga de mi prima”, me dijo. Entiendo que ella, Pura se llama, no tiene la culpa –¿quién la tiene?–.

    La cafetera no fue lo único que Marcos me dejó: tres niños, un perro y la autoestima por el suelodas Selbstbewusstsein / die Selbstachtung am Bodenla autoestima por el suelo fueron algunos de sus regalos. Me preparé el café con los ojos llenos de lágrimas. Ya hacía un año que Marcos se marchó, pero no conseguía controlar mis sentimientos, sobre todo ahora que se acercaban las navidades… ¡¿A quién se le ocurre dejar a su mujer en Navidad?! ¿Cómo dar explicaciones a toda la familia, a la mía y a la suya? ¿Y los niños? A ellos no pude decirles nada hasta que terminaron las fiestas… Me senté con el café en la mano intentando no llorar, no sentirme tan patético/a(hier) erbärmlichpatética: No tiene sentido darle más vueltasnoch mehr nachgrübelndarle más vueltas, ¡se acabó! Me dije, mientras mis ojos eran las cataratas del Iguazú. De repente, oí unas llaves en la puerta. Con el café humeantedampfendhumeante entre las manos, el bolso el bolso en bandoleraUmhängetascheen bandolera sobre el abrigo abierto y una bolsa de naranjas de kilo y medio, todavía no sé bien cómo me metí en el armario del el lavaderoWaschküchelavadero. Pero ¿por qué me escondo?, pensé ¿de qué o de quién?

    Marcos

    Marcos metió la llave en la cerradura y abrió la puerta. Llevaba una la camisa de cuadroskariertes Hemdcamisa de cuadros, un bonito jersey azul y unos los chinos(hier) Chino-Hosechinos color miel. Estaba elegantemente peinado y olía a colonia. Antes de entrar algo llamó su atención en el felpudo de la entrada, agacharsesich bückense agachó a recogerlo con agilidad. Pasó y cerró la puerta tras de sí. arrugar la narizdie Nase rümpfenArrugó la nariz, olía agrio, a casa sin ventilar. Miró el desorden sorprendido, Nadia siempre fue muy limpia y ordenada. Sonrió. Tanto mejor si no ha limpiado mucho, pensó. Se dirigió a la cocina, miró con nostalgia la magnífica máquina de café, ¿olía a café recién hecho?… ¡Ay! Un cuchillo manchado de mantequilla amenazaba con manchar su impoluto/amakellosimpoluto pantalón, ponerse en guardiaaufpassen; achtgebense puso en guardia. Tomó una servilleta y con cuidado lo retirar(hier) weglegenretiró. Después cogió una silla y se subió. De encima del armario más alto de la cocina, sacó una bolsa de papel, dentro de ella separados en la bolsa de congelar con cierreverschließbarer Gefrierbeutelbolsas de congelar con cierre los el fajoBündelfajos de billetes de 50 euros saludaron. Sus ojos brillaron. Marcos se llevó dos bolsitas y devolvió el paquete a su escondite. Salió de la casa sin mirar atrás.

    Sorpresa

    Tardé un rato en salir de mi escondite. Estaba temblando. Ya me lo dijo el psicólogo, “cambia la cerradura”, también me lo dijo la abogada, “cambia la cerradura” y me lo dijeron mis amigas, “cambia la cerradura”, pero yo no les hice caso. No quería provocar la fieradie Bestie herausfordernprovocar a la fiera. Era el padre de mis hijos, un hombre simpático, divertido y amable, cuando quería. Las preguntas queagolparsesich drängen, (hier) sich jagen se agolpaban en mi cabeza se resumían en una: ¿Con quién he vivido durante 15 años? Tiré el café, estaba frío. Me puse un el pacharánAnislikör auf Schlehenpacharán y a Adele a todo volumen, que son dos cosas me dan bastante dar subidónHochgefühl gebensubidón. Y cantando para espantar el miedo abrí la puerta, la ene pequeña, plástica, blanca, perfecta… no estaba en el felpudo: ¿coincidencia?, ¿la contraseñaKennwort; Zeichencontraseña? Cerré puertas y ventanas no sin antes mirar el reloj, mis hijos llegarán del colegio dentro de dos horas, calculé. Bien, tengo tiempo, comeremos pizza, pensé.

    Tomé la escalera del lavadero y la puse cerca del armario. Me subí y… sonó el teléfono. Casi me mato del susto. Hice callar a Adele por un momento y, con el corazón en la bocadas Herz schlug mir bis zum Halscon el corazón en la boca, descolgar(Telefon) abnehmendescolgué: ¿diga? Mi madre se ofrecía a traerme el pan, iba para el supermercado. Tratando de sonar natural y despreocupada le di las gracias y le dije que no. Listo: Pongo a Adele poner a tope(hier, Musik) voll aufdrehena tope, subo la escalera y allí estaba la bolsa de papel marrón, dentro, ordenados en bolsas, montones de billetes. Soy terrible calculando pero estoy segura que allí había miles de euros. Sonreí. Hello, from the other side (Hola, desde el otro lado) gritaba Adele… Hello from the outside (Hola, desde el exterior) cantaba con ella mi compañera Emilia a vocessehr laut, schreienda voces mientras intentaba despertarme.

    Muertas de risa y hacer corrilloeinen Kreis bildenhaciendo corrillo a mi alrededor estaban mis compañeras en la editorial, Emilia, Tere y Raquel. Yo, con la cara pegada al tecladomit dem Gesicht auf der Tastaturcon la cara pegada al teclado y un café ya frío en la mano, me quería morir de vergüenza. Me había quedado dormida sobre la mesa mientras leía el manuscrito de un autor imberbebartlos, noch grünimberbe que empezaba diciendo “Me encontré una ene en el felpudo. Una letra pequeña, blanca, de plástico. Una ene perfecta…”. –¡Chica, qué forma de dormir! –me dijo Raquel–, tu móvil ha sonado un par de veces y tú… nada, ni flores.

    Por fin conseguí que mis compis salieran de mi despacho. Miré mi móvil, dos llamadas perdidas, era Marcos, mi marido. Le devolví la llamada:

    - Hola, Marcos, no sabes qué pesadilla…

    -Ya me cuentas luego, chiqui, nos vemos esta tarde en el centro comercial. Tengo unas ganas de comprar la máquina de café… esa tan chula, que nos gusta tanto.

    - ¿La máquina de café?  

    - Lo hablamos esta mañana, Nadia, ¿no te acuerdas? Tu madre recoge a los niños del cole. ¡Ah! Por cierto, me ha llamado mi prima y dice que ella va a estar en el centro comercial con una amiga. Me ha dicho que a ver si nos vemos y nos tomamos un café.

    - ¡NO! No, no, no…

    - ¿No? ¿No… qué? ¿No quieres la máquina de café? Estás muy rara, chiqui, ¿te pasa algo?

    - Nada, Marcos, nada, nos vemos en casa. Me duele la cabeza y estoy demasiado cansada para ir al centro comercial.

    Mientras decía esto recogí mis cosas y apagué el ordenador. Me puse el abrigo y busqué en el bolso las llaves del coche. 

    -Puff… bueno.

    -Venga, pues hasta luego, Marcos. Te veo en casa sobre las seis, ¿verdad?

    - Sí, sí…

    - Hasta luego, cariño.

    - Adiós, amor.

    -Chicas, me marcho, estoy muerta…

    Me despedí.

    Eran las cuatro y media cuando llegué a casa. A esa hora no me costó encontrar aparcamiento. En la calle estaban colocando la decoración navideña. Miré el felpudo. Nada. Cerré puertas y ventanas y fui directa al lavadero. Cogí la escalera y la puse cerca del armario más alto de la cocina. Con la esperanza de no encontrar nada, levanté la vista y allí estaba: una bolsa de papel de color marrón. La abrí nerviosa, dentro, en bolsas de plástico para congelar, había miles de euros.

     

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