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Viejos trucos
Los dos policías sentados frente a Emilia en el Bürodespacho de la agencia, un hombre y una mujer, mostraban una expresión preocupada.
—sobaldEn cuanto se entere la prensa… —dijo la mujer, la inspectora Jiménez.
Tendría unos cuarenta años y era quien das Kommando habenestaba al mando. Su compañero, el Unterinspektor/insubinspector Blanco, sería unos diez años más joven. Ambos tenían un aspecto atlético, pero la posición de sus cuerpos era diferente: ella estaba angespannttensa, rígida; él nervioso, unaufhörlich + Verbno paraba de mover el pie izquierdo.
Consultaban a Emilia Cos porque había geschehen, sich ereignensucedido algo unerklärlichinexplicable.
Hacía dos semanas, tras muchos meses de tErmittlungsarbeitrabajo de investigación, la policía había conseguido jdn. festnehmendetener a Ladislao Ortiz, Buchhalterin/incontable de una banda internacional de narcotraficantes, que también tenía conexiones con redes de prostitución y tráfico de armas. Ortiz era “el hombre de los números”, conocía todos los negocios de esa banda y, seguramente, de otras. La policía estaba, sobre todo, interesada en sus libros, porque se sabía que Ortiz llevaba las cuentas en viejos Kassenbuchcuadernos de contabilidad que tenía escondidos en un lugar secreto. Ni siquiera sus jefes sabían dónde los guardaba. Por eso, tras la detención, había empezado una carrera entre la policía y los delincuentes para encontrar esos cuadernos.
Para evitar que Ladislao Ortiz se comunicase con alguien de la banda, lo habían destinado a una cárcel segura, donde estaba aislado. No tenía ningún contacto con los otros presos.
—Las celdas a la derecha y a la izquierda están vacías para que no se comunique con nadie. Quizás sepa el alfabeto Morse. Nunca se puede saber —explicó la inspectora Jiménez.
—También come solo. En la celda. Mire —dijo el subinspector Blanco y le enseñó a Emilia las imágenes de un Video der Überwachungskameravídeo de vigilancia.
La cámara mostraba la puerta de la celda y cómo un funcionario se acercaba con una bandeja de comida, la entregaba y se marchaba.
—Como Ortiz sufre problemas de estómago, se le prepara una dieta especial en las tres comidas diarias. Es una dieta muy estricta —explicó la inspectora—. Por la mañana, cereales, fruta y un zumo de limón para erleichternaliviar su Verstopfungestreñimiento. En el almuerzo, verduras y carne auf einer Metallplatte gebratena la plancha, y para la cena algo similar, verduras, algo de pescado, un fettarmer Joghurt, Magerjoghurtyogur descremado.
El vídeo tenía sonido. Se escuchaban los pasos del hombre que se acercaba a la celda con la comida, el sonido de las llaves y de la puerta al abrirse, y una voz que decía: “Su desayuno, señor Ortiz”. Nada más, porque Ortiz cogía la bandeja en silencio y se metía en la celda sin decir palabra.
—Ortiz no hablaba nunca con nadie —explicó el subinspector—, como si hubiera ein Schweigegelübde ablegenhecho voto de silencio.
—¿Quién le preparaba la comida? —preguntó la detective.
—Uno de los cocineros de siempre. El médico de Ortiz le dio el plan de alimentaciónErnährungsplanel plan de alimentación —explicó la inspectora.
—¿Y están seguros de que no tuvo contacto con nadie que hubiera podido pasar la información?
—Eso pensábamos. El aislamiento parecía perfecto. Cuando salía al patio, para evitar contacto con otros presos, lo hacía solo. Hacía deporte solo. Se duchaba solo… —dijo el subinspector.
—No pidió libros de la biblioteca —continuó su compañera—. Si lo hubiera hecho, habríamos controlado el libro página a página. Se entretenía solo con la tele.
—No tenía Schreibmaterialmaterial de escritura ni teléfono ni, por supuesto, acceso a internet.
Y, sin embargo, Ladislao Ortiz es war ihm gelungen, er hatte es geschaffthabía logrado enviar a sus cómplices las coordenadas del lugar en el que tenía escondidos los libros de contabilidad. Cuando los investigadores por fin lo encontraron, la caja fuerte estaba vacía. En su interior hallaron una nota burlona que decía: “Llegáis tarde”.
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