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    La Paloma: Una melodía que ha dado la vuelta al mundo

    AVANZADO
    Ecos 11/2020
    Collage: La Paloma. Pavarotti, Elvis Presley... Alle haben das berühmte Lied gesungen
    © Alex Ayala Ugarte / iStock
    Von Álex Ayala Ugarte

    "La paloma”, una pegadizo/aeingängigpegadiza habanera que lleva sonando más de ciento cincuenta años en muchos países, se toca en las bodas de Zanzíbar y en los entierros de Rumanía. Ha sido interpretada hasta por un coro de el campanilleroGlockenspielercampanilleros ciegos. En los karaokes de Indochina la cantan como lo hacía Julio Iglesias en los años ochenta. En Rusia es muy popular entre los estudiantes de la domrarussisches Saiteninstrument (Art Laute)domra. Y hay quien dice que refleja “todo lo que pasa en la vida”. Esta es la historia de una composición exitosa que condenó a su autor al olvido.

    A mediados de la década de los cuarenta, Coco Schumann, un músico berlinés de ojos diáfano/adurchscheinend; 
(hier) klardiáfanos, el hijo de una peluquera judía y de un cristiano evangélico convertido al judaísmo, solía tocar diferentes ritmos en Auschwitz para entretener a los guardias de las SS, evitar el pánico de los demás prisioneros y salvar su propio pellejoseine eigene Haut rettensalvar su propio pellejo, mientras otros judíos más desafortunados que él se dirigían a las cámaras de gas como vacas que intuirspürenintuyen que van directas al matadero. Antes de morir en 2018, Schumann recordaba a veces que los oficiales del campo obligaban a los músicos cautivo/agefangencautivos a interpretar “La paloma”, una mítica habanera escrita por el compositor vasco Sebastián Iradier en la segunda mitad del siglo XIX. El jazzista alemán, que pedía que lo identificaran como un músico que estuvo recluireinsperrenrecluido en un campo de concentración y no como un superviviente que hacía música, describía la melodía de Iradier como una composición hermosa, pero que no le acariciaba el alma. Quizás porque, mientras la tocaba, le costaba mirar a otros prisioneros que estaban a punto de enfrentar la muerte. “¿Tiene culpa la canción de que los nazis abusaran de ella?”, se preguntaba Schumann años después de la guerra, en un documental sobre la habanera de la directora alemana Sigrid Faltin. “Lo importante no es lo que tocas, sino cómo lo tocas”, decía el jazzista, parafraseando a Louis Armstrong, mientras la cámara lo filmaba. “De canción de amor a canción protesta. De modesta habanera a Gran Señora del pop”, dice la web que promueve la película de Faltin.

    Una colección sin igual

    En el desván de Álvaro González de Langarica, “La paloma” es una colección de el recorte(hier) Zeitungsaus­schnittrecortes y vinilos que nos llevan de viaje a otros países. “Se ha hecho hasta una versión en una lengua afgana: el farsi”, me cuenta Álvaro un martes por la mañana, mientras hojea un el archivadorOrdnerarchivador con elepés,  discos dobles y discos sencillos relacionados con la habanera.

    González de Langarica vive en una calle céntrica de Vitoria, la ciudad española donde está enterrado el compositor. Es el presidente de la Asociación palomistabzgl. “La Paloma”Palomista Iradier de Álava, que reúne a artistas, historiadores, jubilados y otros palomistas que se han unido para reivindicar(hier) wieder ins Bewusstsein rufenreivindicar al músico. Y también es el el custodioHüter, (hier) Bewahrercustodio de una parte muy importante de la herencia de su padre, Primitivo González de Langarica, un vendedor de lámparas de espíritu detectivesco que, al morir, no dejó una la estela(fig.) Spurestela de luz, sino sonora: más de mil discos con versionarvariieren, nachspielenversiones de “La paloma” que Álvaro mira desde hace rato como hipnotizado.

    “La paloma” la han interpretado artistas como Chubby Checker, Nana Mouskouri, Caterina Valente o Paco de Lucía. “La cantó en griego Elvira de Hidalgo, profesora de la conocidísima Maria Callas, y ha formado parte del repertorio de Pavarotti y otras grandes voces del bel canto”, recuerda el hijo de Primitivo. Hay versiones flamencas y a ritmo de blues. En Rusia es una de las piezas preferidas por los que se examinan de domra. Kalle Laar, un artista sonoro afincado en Múnich que ha identificado alrededor de dos mil versiones de la habanera, tiene una interpretada por un coro de campanilleros ciegos. Y, además, la considera una de las canciones más versionadas de la historia.

    A pesar de que no hay ninguna prueba de la presencia de Sebastián Iradier en Cuba, hay muchos cubanos que consideran que “La paloma” tiene el pedigríStammbaumpedigrí caribeño. Porque menciona la isla en los primeros el compásTaktcompases. Porque en su letra hay palabras como “guachinango/a(hier cub.) angenehmguachinanga”.Y porque en La Habana hay un museo que conserva un antiguo el disco de hierro(hier) Lochscheibedisco de hierro con la melodía. En México, la habanera se popularizó entre los años 1864 y 1867 –durante el mandato de los emperadores Maximiliano y Carlota–, y se convirtió enseguida en una melodía omnipresente en los salones de baile y en los teatros. En Rumanía es la expresión de la la añoranzaSehnsuchtañoranza y de la tristeza. La música del adiós. Una canción que se canta en los entierros con una la banda de vientoBläsergruppebanda de viento. En Zanzíbar se canta en el suajiliSuahelisuajili en los casamientos. En los karaokes de Indochina es una la tonadaLied, Weise, Melodietonada que la gente interpreta como Julio Iglesias en los años ochenta.Y según Peter Fläschner, un acordeonista de Hamburgo que aparece en la película de Faltin, ha tenido tanto éxito porque Iradier supo reflejar en un solo tema “todo lo que pasa en la vida”.


     

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