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    Otra forma de matar

    AVANZADO
    Ecos 10/2020
    Kompass
    © iStock /Olga Browina / Pshenichka
    Von Alberto Amato

    Nunca pensamos algo así. Quienes tenemos ya edad suficiente para haber pasado en los años 50 la epidemia de polio, jamás imaginamos una peste tan artero/averschlagen, durchtriebenartera, tan infame, tan destructora como el coronavirus. Como en todo el mundo, en Argentina pegó fuerte, menos que en otros sitios, por fortuna y por la previsión(hier) Voraussichtprevisión. Y también porque el espejo de Europa sirvió de la alerta(hier) Warnungalerta, de funesto/aunheilvollfunesta advertencia. Con el drama desencadenado en Italia y España, el 13 de marzo el Gobierno argentino decretó una cuarentena rigurosa que a muchos les pareció exagerada, que movió a la suspicaciaMisstrauensuspicacias, pero que debe de haber salvado vidas o, al menos, evitó una multitud de contagios, capaces de hacer colapsar el sistema de salud, frágil como en todo país empobrecido.

    En todo caso, y acaso por milagro, estuvimos alejados del populismo ignorante de Donald Trump y de Jair Bolsonaro, que minimizaron el peligro. Estados Unidos tiene el triste privilegio de liderar en el mundo la cifra de contagiados y de muertos, seguido por Brasil, donde todavía está grabada a fuego la altiva frase de su presidente: “El brasileño no se contagia”.

    La avenida Corrientes de los teatros y los libros, de los restaurantes y la bohemia es un páramo

    Nadie está ni seguro ni a salvo. Siempre se espera lo peor. Y la espera encierra la angustia de la incertidumbre. Mientras tanto, la geografía de Buenos Aires cambió acaso para siempre. Como todas las grandes capitales, la ciudad tiene una zona, una avenida, un el recovecoKrümmung; (hier) Eckerecoveco que nunca duerme, pero que hoy pervive desangelado/aöde, trostlosdesangelado, silencioso y abatido/aniedergeschlagen, mutlosabatido. La avenida Corrientes de los teatros y los libros, de los restaurantes y la bohemia es un el páramo(hier) Ödnispáramo. La prohibición de circular, solo lo hacen los llamados “trabajadores esenciales” –sanitarios, fuerzas de seguridad, funcionarios, trabajadores de la alimentación, periodistas, diplomáticos, entre otros– le da a la ciudad el aspecto de una capital tomada por el enemigo. Solo que es un enemigo invisible, astuto y poderoso, diseñado solo para sobrevivir y matar, al que aún no se puede enfrentar.

    El espectáculo de los porteños con el barbijo(arg.) Mundschutzbarbijo, moda forzada, inimaginable hace pocos meses, nos torna más vulnerables que prudentes. La larga cuarentena alimenta el el hastíoÜberdrusshastío, el el receloMisstrauenrecelo y el malhumor social. ¿Cuándo va a terminar todo esto? ¿Y cómo? Jamás seremos los mismos, pero ¿cómo seremos? El virus se ríe de la incertidumbre. Es su otra forma de matar.

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