Cuenta la leyenda que el rey, de buenas intenciones, no quería que un sentenciado a muerte fuese ejecutado. Pidió la clemenciaMilde; Gnadeclemencia al tribunal que contestó:
Perdón imposible, cumplir la sentencia.
El buen rey, entonces, cambió la puntuación de la frase, que se leyó:
Perdón, imposible cumplir la sentencia.
Ese, Perdón, imposible, es el título del libro del lingüista español José Antonio Millán González, una guía apasionante y divertida sobre los recursos de la escritura. Una coma bien puesta, puede salvar vidas. Y el idioma español se presta gustoso a que juguemos con las palabras. Le atribuyen al Nobel español Camilo José Cela una anécdota que lo pinta de cuerpo enterojdn. hervorragendlo pinta de cuerpo entero. En una sesión del senado, en 1977, el presidente Antonio Fontán lo sorprendió durmiendo en su banca y lo despertó de un grito: “¡Señor Cela! ¡Está usted dormido!” Cela, que era un tipo divertido, contestó: “No, señor presidente. Estaba durmiendo” “¡Es lo mismo!”, le dijo Fontán, que era catedrático de latín. Y Cela: “No, señor presidente. No es lo mismo estar jodido que estar jodiendo”. Como no es lo mismo estar comido que estar comiendo, o estar hundido que estar hundiendo, o ser vencido que estar venciendo.
De Jorge Luis Borges se cuenta otra historia deliciosa. Fue con su entonces secretaria y luego esposa, María Kodama, a cobrar un cheque a un banco que llevaba el nombre de su fundador. Ante la cajera maravillada por tener a Borges delante, el escritor se preguntó si el fundador del banco no tendría ancestros irlandeses, porque la estructura de su apellido… La empleada se lamentó: “Ay, maestro, no lo sé. Y no querría decirle una cosa por otraeine falsche Information geben; (hier auch) eine Metapher benutzendecirle una cosa por otra”. Y Borges: “Caramba, señorita, acaba usted de matar a la metáfora”.
Las palabras dejan que juguemos con ellas porque son muy buenas personas. Y a los palabristas nos gustan sus laberintos. El “jodido jodiendo” de Cela, tiene, en Argentina una acepción muy diferente a la española, que remite al acto sexual. Para nosotros, joder a alguien es trampearlo, traicionarlo, estafarlo; estar jodido es, también, estar enfermo de cierta gravedad, atravesar una realidad difícil, estar sometido a lo que el destino le antoje, no tener salidas. Para hablar del acto sexual, en Argentina se usa el verbo que los españoles usan para describir el acto de asir algo, tomar un camino, elegir una alternativa: coger.
El fanatismo verbal que ronda en pleno siglo XXI por las redes sociales, ha tergiversarfalsch darstellen; verdrehentergiversado incluso el el apodoBeiname; Spitznameapodo cariñoso que damos a nuestros afectos. Hace unos meses, el futbolista uruguayo Edinson Cavani, le agradeció a un compatriota amigo con un lenguaje coloquial: “Gracias, negrito”. En Inglaterra y alrededores lo lincharon, porque le adjudicaron intenciones racistas. Así no vamos a llegar a ninguna parte. Lo que alguien dice, tiene el significado de quien emite el discurso, y no el que le asignan quienes lo escuchan, que sí pueden pensar y decir lo que quieran, pero no pueden adjudicarle al otro la interpretación que ellos hacen de sus palabras.
Es muy común que en Argentina llamemos “Gordo o Gorda” a nuestras parejas, que seguramente no son gordos ni gordas. Se trata de un el apelativo afectuosoKosenameapelativo afectuoso y ese afecto se dar por sobrentendidovoraussetzen; für selbst-verständlich haltenda por sobrentendido. Un gran músico y bandoneonista argentino, Aníbal “Pichuco” Troilo, sí que era gordo. Y fue siempre “El Gordo” Troilo. Jamás se ofendió. Al contrario. Otro artista, Jorge Porcel, era un cómico que excedía los ciento y algo de kilos. Y fue siempre “El Gordo Porcel”. Nunca se ofendió ni precisó de los falsos samaritanos de la palabra que buscan la paja en el ojo ajeno, para que lo “salvaran” de unos ataques discriminatorios que sólo existen en las mentes atraídas por el fanatismo.
Otro gran cómico argentino, Alberto Olmedo, fue siempre “El Negro” Olmedo. Y hasta sus programas de televisión lo mencionaban así. Un talentoso escritor, humorista y dibujante, creador de cómics épicos, Roberto Fontanarrosa, siempre fue “El Negro Fontanarrosa” y en ese carácter(hier) in dieser Eigen schaften ese carácter dio una memorabledenkwürdigmemorable conferencia sobre las “malas palabras”, en el Congreso Internacional de la Lengua celebrado en Rosario, a unos trescientos kilómetros de la capital argentina, en noviembre de 2004.
Los que lincharon a Cavani impedirían que se manifestara ese cariño entrañable(hier) innigentrañable que expresa el apelativo “Negro”, y tantos otros, y acusarían de racistas a quienes lo emplearan.
Es verdad que, en mi país, como en muchos otros de América Latina, existe un “negro” despectivo y racista. Existen muchos otros adjetivos racistas, y existe también un racismo silencioso, sin palabras, del que nadie se ocupa y contra el que en verdad se debería luchar. Pero en el caso del uruguayo Cavani y en el de tantos otros, “negro” deja de ser adjetivo y pasa a ser sustantivo. No es un dato menor. “Es un negro muy simpático”, decimos. Y ese cambio, que transforma a un adjetivo en un sustantivo, lo da el afecto y permite modificar la intención y la la honduraTiefehondura de la palabra. ¿Se puede usar una misma palabra para expresar afecto o desprecio? Sí, por supuesto, ¿qué pretendemos descubrir? La lengua también puede usarse para expresar el amor o declarar la guerra. No la vamos a suprimirunterdrücken; löschensuprimir por eso.
Disculpen la referencia personal. En mi familia, soy “El Negro”. Y para mis amigos, también. Mi ascendencia es napolitana y, por desgracia, la naturaleza ni siquiera me dotó con esa piel olivácea, tan atractiva, de los italianos del sur. Es más, mi cabello tendió siempre al castaño en lugar de al negro contundente de mis antepasados. Nadie es perfecto. Sin embargo, en México, me llamaban “güero” (rubio). Y yo preguntaba extrañado: “¿A quién le habla esta gente?”. Y mis amigos: “A vos, Negrito”.
Negro, flaco, gordo, monstruo, fiera, bestia, animal, son términos afectuosos, según como se digan, que definen lo mejor de una personalidad. Lionel Messi es un monstruo, una fiera dentro del área: un verdadero animal del fútbol. ¿Ofendemos al flamante jugador del París St. Germain? ¿Es cierto que debemos eliminar las metáforas, como aquella cajera de banco frente a Borges, para no ser victimizados por el fanatismo? ¿Es verdad que lo que se lee o se oye, sólo tiene un único sentido? ¿No estaremos haciendo algo mal?
En estos meses, en Chile, hay furiosas manifestaciones que denigrarverunglimpfen; in Verruf bringendenigran a Pablo Neruda por ese bellísimo poema que empieza: “Me gustas cuando callas porque estás como ausente / y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca / parece que los ojos se te hubieran volado / y parece que un beso te cerrara la boca”. Los anti Neruda marchan con pancartas que exigen: “Por qué no te callas tú”, porque ven, o dicen ver, o creen ver en la primera línea del poema un ataque a la mujer. Es muy dañina la ignorancia, casi tanto como el fundamentalismo que intenta cercenar la poesía e imponer una sentencia arbitraria y fatal: cualquier cosa que sea dicha, será usada contra quien la expresa.
¿Qué fue de nosotros? ¿Cómo es que ya no podemos jugar más con las palabras como hace años, cuando éramos felices y no lo sabíamos? Si alguien hablara hoy de “dientes como perlas”, ¿debería aclarar que no habla de dientes encerrados en una la valva rocosaFelsenklappevalva rocosa, cubierta de arena? O si se hablara de pájaros en la garganta, o de alguien afinado/averfeinert; (Musikinstrument) gestimmtafinado como un piano, ¿debería aclararse que nadie maltrató animales y se tragó un canario, o que no tiene setenta y tres teclas en la boca? ¿Podríamos decir hoy que el gran Cervantes era el Manco de Lepanto, o nos acusarían de ofender a quienes tienen capacidades diferentes? Más nos vale recuperar el lenguaje feliz y sin presentimientos, sin doblecesohne Falschheit; ohne Scheinheiligkeitsin dobleces, que nos hizo palabristas y usuarios gozosos de un idioma riquísimo y feliz.
Tenemos que volver a jugar con las palabras y tener siempre en cuenta a Camilo José Cela, que nos diría que no es lo mismo estar jugado que estar jugando.
Escenas de ultramar: Gracias, negrito
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